Finalmente me quedo solo,
una voz me grita
no te salves
pero mis ojos tiemblan
y mis manos no responden –
la carcajada de la noche
se abate sobre mí:
ya no están las sábanas calientes
ni las calles silenciosas
mueven los corales del viento.
Entró en mi cama, susurrando,
abracé con fuerza todo cuanto tenía –
no quería salvarme,
no quise salvarme –
y con la luz inundando la ciudad
nos despedimos –
no te quedes quieto -me grito-
no te quedes quieto
o se derrumbarán
las espadas y los escudos del cielo
los caparazones bien tejidos –
tarde, era ya la hora del alba
y mi voz, dejaba de sonar.
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