domingo, 16 de marzo de 2008

Zaragoza

Finalmente me quedo solo,

una voz me grita

no te salves

pero mis ojos tiemblan

y mis manos no responden –

la carcajada de la noche

se abate sobre mí:

ya no están las sábanas calientes

ni las calles silenciosas

mueven los corales del viento.

Entró en mi cama, susurrando,

abracé con fuerza todo cuanto tenía –

no quería salvarme,

no quise salvarme –

y con la luz inundando la ciudad

nos despedimos –

no te quedes quieto -me grito-

no te quedes quieto

o se derrumbarán

las espadas y los escudos del cielo

los caparazones bien tejidos –

tarde, era ya la hora del alba

y mi voz, dejaba de sonar.