martes, 11 de diciembre de 2007

Nietzsche pensaba que Occidente se hallaba en crisis. La raíz última y fundamental de este hecho era la negación que sobre la vida se venía ejerciendo desde tiempo de Sócrates. El equilibrio entre lo dionisiaco y lo apolíneo se había roto y el vencedor había sido el espíritu ascético. Hoy en día nos encontramos en el otro lado de la balanza, y no por ello resulta menos peligroso y perjudicial. La nueva búsqueda de placeres y la persecución de una prosperidad material no constituyen un tipo de vitalismo. Es más bien al contrario. Dionisos ha quedado reducido al vino, ha olvidado su dimensión trágica, su procedencia divina y su mezcla con la tierra. De esta forma, no hay afirmación de la vida. Hemos pensado que ésta se reducía a una agradable existencia ajena a las enfermedades y volcada en pequeñas dichas cotidianas. Lo que olía mal, lo que era feo a la vista ha sido apartado de nosotros. En nuestro camino, nuestros pueblos se han vuelto macrociudades, nuestro aire se ha llenado de humo y los ojos ya no pueden extender la vista. El aire fresco – aquí en el corazón de Madrid – ha quedado reducido a recurso poético. Sin tiempo, y ahora sin espacio, no hay posibilidad del espíritu trágico. ¿Cómo y dónde celebrará Dionisos sus festivales en nuestras más que llenas avenidas? El vino mismo es ahora un negocio global y su consumo está prohibido en la calle[1]. No nos aterra. Nada que no amenace nuestra voluptuosidad lo hace ya. El espíritu ascético ha tenido finalmente su venganza – pobres hombres, ¿qué haréis si falla un día vuestra prosperidad material? ¿Seréis capaces acaso de reconvertir vuestros lindos trajes en velas para los barcos? ¿Os enfrentaréis entonces a la tormenta? Ha habido un fallo en la interpretación de fondo – efectivamente, el viejo búho del conocimiento ha desencaminado nuestros pasos, y la razón, producto último de la evolución, y por ello el más imperfecto y debilitado quizás, ha dejado de ser instrumento de supervivencia para colocarse de nuevo en un altar: ¿una nueva religión? Quizás, – en cualquier caso un fenómeno que absorbe nuestro tiempo y sentidos. Adelante entonces – no echaremos más en falta nuestra libertad en las aprisionadas calles de humo y cemento. El aire libre ahora, se ha transformado en un elemento fuertemente subversivo

Manifiesto de Noviembreia con parte del espsal y su consumo estdades, nuestro aire se ha llenado de humo y los ojos ya no pueden exte



[1] Asistimos a un progresivo recorte de nuestras libertades. Algunos dirán que necesario, y es precisamente esa necesidad lo que lo hace más peligroso todavía: ¿qué tipo de proceso se está operando, qué corriente subterránea guía y nos mueve a estas acciones? ¿Qué está ocurriendo con las libertades occidentales tan difícilmente conquistadas?